La estimulante y novedosa opción que ha tomado el pueblo estadounidense al elegir a Barack Obama como nuestro 44° presidente tienta las bases de otra decisión trascendental que él, y todos nosotros, hemos de tomar el próximo mes de enero: la de iniciar un rescate de emergencia de la Humanidad ante la amenaza inminente y galopante que plantea la crisis climática. La revolucionaria idea de la Declaración de Independencia americana de que todos los seres humanos nacen iguales, es hoy el marco en el que se produce la renovación del liderazgo estadounidense en un mundo que necesita, desesperadamente, proteger su legado esencial: la integridad y habitabilidad del planeta.
El Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático -autoridad mundial sobre la crisis del clima tras 20 años de estudio detallado y cuatro informes unánimes- asegura que las pruebas son «inequívocas». Así que pido, por favor, que salgan de su letargo quienes todavía sienten la tentación de desestimar las alarmas cada vez más urgentes que nos llegan de los científicos de todo el mundo, ignorando la fusión del casquete polar ártico y el resto de advertencias apocalípticas que nos lanza el propio planeta, y quienes esbozan una expresión de hastío ante la simple mención de esta amenaza existencial para el futuro de la especie humana. Nuestros hijos y nietos necesitan que todos reconozcamos la realidad, antes de que sea demasiado tarde. Ahora llegan las buenas noticias: los audaces pasos que se han de tomar para solucionar la crisis climática son exactamente los mismos que deberían darse para solucionar la crisis económica y la crisis del abastecimiento de energía. Economistas de todo el espectro ideológico (entre ellos, Martín Feldstein y Lawrence Summers) están de acuerdo en que una inversión cuantiosa en infraestructuras que requieran mucha mano de obra es la mejor manera de revitalizar la economía estadounidense de un modo rápido y sostenible. Y muchos de ellos coinciden también en que ésta perderá posiciones si se siguen gastando cientos de miles de millones de dólares al año en importar petróleo del extranjero. Además, los expertos en seguridad nacional tanto del Partido Demócrata como del Partido Republicano coinciden en que si el mundo pierde de repente el acceso al petróleo de Oriente Próximo EEUU se verá ante una peligrosa vulnerabilidad estratégica. Como dijo Abraham Lincoln en la hora más oscura de EEUU, «ante la ocasión se amontonan las dificultades, y nosotros debemos alzarnos con ella. Dado que nuestra situación es completamente nueva, tenemos que pensar desde cero, y actuar desde cero». En nuestra situación actual, pensar desde cero exige que descartemos una definición obsoleta y fatalmente fallida del problema al que nos enfrentamos.La semana pasada se cumplieron 35 años desde que el presidente Richard Nixon creó el Proyecto Independencia, que marcó como objetivo nacional que, en un plazo de siete años, Estados Unidos.Los pasos que se han de tomar para solucionar la crisis climática resolverían, de forma simultánea, la crisis económica desarrollaría «el potencial para cubrir las necesidades energéticas sin depender de ninguna fuente extranjera». Aquella declaración se produjo tres semanas después de que el embargo del petróleo árabe hiciera subir el precio del crudo por las nubes y despertara la conciencia de los estadounidenses ante los peligros de la dependencia del petróleo extranjero. Y, no por casualidad, aquello sucedió sólo tres años después de que la producción petrolífera de EEUU tocara su techo.
En aquel momento, Estados Unidos importaba menos de la tercera parte del petróleo que consumía. Pero hoy -después de que los seis presidentes que han sucedido a Nixon anunciaran un plan en términos similares a los del Proyecto Independencia-, la realidad es que la dependencia energética estadounidense se ha duplicado hasta casi los dos tercios. Y mucha gente tiene la impresión de que la producción mundial
está en su máximo o muy cercana a él.
Hay quien sigue viéndolo como un problema de producción doméstica. Sólo con que incrementáramos la producción de petróleo y carbón dentro de las fronteras de EEUU, aseguran, el país ya no tendría que depender de las importaciones desde Oriente Próximo. Y con ese objetivo, hay quien ha ideado nuevas técnicas, más sucias y caras aún, para extraer los viejos combustibles de siempre: carbones líquidos, pizarra de petróleo, arenas de alquitrán y tecnología de carbón limpio.
Sin embargo, en todos los casos, los recursos en cuestión son demasiado caros o contaminantes o, por lo que se refiere al carbón limpio, demasiado quiméricos como para que marquen alguna diferencia en la protección de nuestra seguridad nacional o del clima mundial. De hecho, quienes gastan cientos de millones en promocionar la tecnología del carbón limpio omiten sistemáticamente el hecho de que en Estados Unidos hay poca inversión, y ni un solo proyecto probatorio a gran escala, sobre la captura e inhumación segura de toda esta polución. Si la industria del carbón logra cumplir su promesa, entonces la apoyo por completo. Pero, mientras llega ese día, sencillamente no podemos seguir basando la estrategia para asegurar la supervivencia del hombre en una ilusión cínica e interesada.
He aquí lo que podemos hacer ahora. Podemos realizar una gran e inmediata inversión estratégica que ponga a la gente a trabajar en la sustitución de las tecnologías decimonónicas, que dependen de combustibles caros y peligrosos basados en el carbón, por otras más propias del siglo XXI, que empleen la energía del sol, el viento y el calor natural de la tierra.
Quiero esbozar, a continuación, un plan para dar un impulso a EEUU, y que le permitiría producir el 100% de la electricidad a partir de fuentes no carbónicas en los próximos 10 años. Es un plan que nos acercaría, de manera simultánea, a soluciones para la crisis climática y la crisis económica, y que crearía millones de nuevos empleos.
En primer lugar, el nuevo presidente y el nuevo Congreso deberían ofrecer a gran escala incentivos a la inversión para construir plantas termo-solares concentradas en los desiertos del suroeste, granjas eólicas en el corredor que se extiende desde Texas a las Dakota, y plantas avanzadas en los puntos geotérmicos que podrían producir grandes cantidades de electricidad.
En segundo lugar, debemos comenzar el planeamiento y la construcción de una red eléctrica nacional inteligente, para el transporte de la electricidad renovable de las áreas rurales donde básicamente se genera, a las ciudades donde básicamente se utiliza. Las nuevas líneas subterráneas de alto voltaje, con bajas pérdidas, se pueden diseñar con dispositivos “inteligentes” que proveen a los consumidores de información sofisticada y de herramientas fáciles de utilizar para conservar la electricidad, eliminar la ineficacia y reducir sus facturas de energía. El coste de esta red moderna –400.000 millones de US$ durante diez años– palidece en comparación con la pérdida anual de empresas americanas de 120.000 millones de US$ debida a los fallos de conexión en cascada, que son endémicos a nuestras actuales líneas de electricidad balcanizadas y anticuadas.
Coches híbridos enchufables, eficiencia en edificios y Copenhague
Tercero, debemos ayudar a la industria del automóvil de América (no sólo a las tres grandes, sinó también a las nuevas compañías que empiezan) para adoptar rápidamente los híbridos enchufables que pueden funcionar con la electricidad renovable, que estará disponible a medida que el resto de este plan madure. Junto con la red eléctrica unificada, una flota a escala nacional de híbridos enchufables también ayudaría a solucionar el problema del almacenaje de electricidad. Piense en ello: con esta clase de red, los coches se podrían cargar durante las horas de bajada del uso de energía; durante las horas punta, cuando pocos coches están en marcha, podrían aportar su electricidad nuevamente a la red nacional.
Cuarto, debemos emprender un esfuerzo a escala nacional para adaptar los edificios con un mejor aislamiento y con ventanas eficientes en energía e iluminación. Aproximadamente un 40 % de las emisiones de dióxido de carbono en los Estados Unidos proviene de edificios, y detener esta contaminación ahorra dinero a los dueños de la casa y las empresas. Esta iniciativa debe juntarse con la propuesta en el Congreso para ayudar a los americanos que cargan con hipotecas que exceden el valor de sus hogares.
Quinto, los Estados Unidos deben liderar el camino, poniendo un precio al carbono aquí en el país y liderando los esfuerzos en el mundo para sustituir el tratado de Kyoto el próximo año en Copenhague por un tratado más eficaz, que priorice las emisiones globales de dióxido de carbono y anime a las naciones a que inviertan juntas en modos eficaces de reducir la contaminación que rápidamente provoca el calentamiento del planeta, incluyendo la importante reducción de la tala de árboles. Por supuesto, la mejor manera –de hecho, la única manera– de asegurar un acuerdo global para salvaguardar nuestro futuro es restablecer Estados Unidos como el país con la autoridad moral y política para llevar al mundo hacia una solución.
Un desafío para las generaciones jóvenes
Mirando al futuro, tengo gran esperanza de que tendremos el valor de abrazar los cambios necesarios para salvar nuestra economía, nuestro planeta y, en última instancia, a nosotros mismos.
En una anterior era transformadora en la historia americana, el presidente John F. Kennedy desafió nuestra nación a hacer aterrizar un hombre en la luna en el plazo de 10 años. Ocho años y dos meses después, Neil Armstrong pisó la superficie lunar. La edad media de los técnicos que animaron el Apolo 11 desde la sala de control de Houston ese día era de 26 años, lo que significa que su edad media cuando el presidente Kennedy anunció el desafío era de 18.
Este año vi, de forma similar, el surgimiento de los americanos jóvenes, cuyo entusiasmo ha electrizado la campaña de Barack Obama. No hay duda de que la energía de este mismo grupo de jóvenes desempeñará un papel esencial en este proyecto para asegurar nuestro futuro nacional, convirtiendo metas aparentemente imposibles en éxitos inspiradores.
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